miércoles, 18 de diciembre de 2013

Cocinando ranas


Erase una vez un cocinero que decidió preparar su plato favorito: ancas de rana. Echó en una cazuela agua y la puso sobre el fuego de la cocina. Cuando el agua empezó a estar templada, echó dentro varias ranas vivas. El agua estaba al principio a la temperatura óptima, así que las ranas se encontraban muy a gusto. Pensaban que estaban en una piscina, o en unas fuentes termales.
Pero el fuego iba calentando la cazuela, por lo que la temperatura del agua iba subiendo. Algunas ranas enseguida se dieron cuenta del peligro y saltaron afuera, mientras que las demás se quedaron dentro, disfrutando de la agradable temperatura del agua. Las que se habían salido intentaron convencer a las que se habían quedado dentro para que se salieran, pero no tuvieron éxito. La conversación que se produjo fue algo como:
- ¡No es una piscina, sino una cazuela para cocinar! ¡Salgan o quedarán cocinadas!.
- ¡Cállense, fascistas, racistas, nazis!.
Las ranas de afuera hicieron fotos de la cazuela y del cocinero e intentaron enseñárselas a las ranas de dentro, para que vieran la verdad, pero no querían escuchar:
- ¡Qué asco de fascistas y de neo-nazis! Deberían prohibirlos y meterlos en la cárcel.
La temperatura del agua seguía subiendo, y las ranas de dentro empezaban a estar intranquilas, pero todavía se estaba tan a gusto, que prefirieron ignorar la subida de temperatura y siguieron retozando en el agua.
El cocinero tenía mucha experiencia cocinando ranas, y conocía muy bien su psicología y comportamiento. Sabía que la cualidad más importante a considerar para tener éxito en cocinarlas era que la cazuela tenía que estar a fuego lento, para que el incremento de la temperatura se produjera despacio, y a las ranas las diera tiempo a adaptarse, a acostumbrarse a la nueva temperatura. Sin prisa, pero sin pausa. Si el fuego hubiera sido más intenso, la temperatura habría subido demasiado deprisa, por lo que las ranas se habrían asustado y habrían saltado escapando de la cazuela. El cocinero también podría haber puesto la tapa desde el principio, pero en ese caso, las ranas se habrían asustado y habrían saltado contra la tapa para escapar, hiriéndose y ensuciándolo todo, y la cocción saldría peor, más sucia, y el plato se degustaría luego peor. Por eso, el cocinero prefería el método del fuego lento y que las ranas voluntariamente se quedaran dentro sin intentar escapar.
Al cabo de un rato, la temperatura ya había subido mucho. Además, el cocinero había echado dentro de la cazuela unos curiosos inmigrantes: Ajo, cebolla y perejil, para enriquecer gustativamente el plato culinario que estaba preparando. Sin embargo, a las ranas no les gustaron estos nuevos visitantes, pues con el calor comenzaron a desprender un jugo y un olor que les producían náuseas, por lo que la mayoría de las ranas no paraban de quejarse:
- ¡Qué asco! ¡Cómo echo de menos la piscina de hace un rato, calentita pero sin pasarse, toda para nosotras, sin estos visitantes indeseables, que han venido. A ver si se van.
- Esos visitantes no “han venido” y no se van a ir, sino que el cocinero los ha metido con toda la intención para mezclarlo con vosotros. ¡Dejen de quejarse y salten, rápido, antes de que sea demasiado tarde!.
- ¡Cállense de una vez, racistas!
- OK, disfruten de vuestra “piscina” y del ajo, cebolla y perejil.
Llegó un momento en el que el calor era tan grande y el agua y el aire estaba tan lleno del jugo de ajo, cebolla y perejil, que el ambiente se había vuelto irrespirable y el agua estaba ya quemando. Las ranas decidieron escapar de una vez, al ser conscientes al fin del peligro. En realidad, siempre habían sido conscientes de él, pero se estaban autoengañando, por su cobardía a mirar la fea realidad de frente, y por su hedonismo, que las hacía preferir estar en su “piscina” de agua caliente al sobrio y frío ambiente exterior.
Pero entonces se dieron cuenta de que tenían los músculos de las patas agarrotados por el calor, y que apenas podían moverse, por lo que no pudieron saltar, y murieron cocidas. El cocinero había ganado.
Muchas mañanas me despierto con la sensación de que a los argentinos nos vienen cocinando como a las ranas, generación tras generación. Todos los días perdemos algún derecho, nos roban algo, nos quitan la educación, la salud, la seguridad, la justicia, pero lo hacen con tanta destreza, tan de a poco, que como las ranas del cuento, nos negamos a verlo y nos adaptamos, pensando que al final lo que perdimos no era tan importante, que no nos hacía tanta falta.
Y así año tras año, retrocedemos en todos los aspectos. Energía, salud, seguridad, infraestructura, producción, ubicación en el mundo, y preferimos creer la mentira de los que nos gobiernan que nos dicen día tras día que todo está cada vez mejor.
Esta historia de las ranas enlaza perfectamente con aquella otra del abuelo y el nieto que durante la segunda guerra mundial escuchaban por la radio todos los días, los resultados de la guerra que su país estaba librando, y donde se relataban con orgullo las victorias, una tras otra, que el ejercito nacional estaba teniendo frente al enemigo.
Un día el abuelo, apaga la radio y le comenta al nieto:
“ Me parece que estamos perdiendo la guerra”
El nieto lo mira sorprendido y le pregunta como podía pensar eso con las constantes victorias que relataba la radio.
“ Porque las victorias son cada vez mas cerca de nuestra casa” contestó secamente el anciano.
De nada sirve que se llenen la boca los gobiernos diciendo que nunca se invirtió en educación como ahora, cuando vemos que el nivel cultural cae en picada generación tras generación. Las últimas pruebas de nivel secundario ubicaron a nuestro país número 59 entre 65. Y la respuesta del sindicato docente fue que esas pruebas en realidad no hay que tenerlas en cuenta. Perfecto. Si hay inflación intervenimos el INDEC. Si no hay dólares, ponemos el cepo. Si las pruebas de educación nos dan mal, las ignoramos. El problema es que ninguna de estas medidas modifica la realidad.
Y como para muestra basta un botón, les dejo una reflexión final para que analicen.
Hace 30 años que Argentina no tiene un Premio Nobel. ¿ Por qué será?

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